(Italia, 2018)
¿Se puede contar una historia de amor completa sólo a base de recuerdos? Sí, se puede. Y esta hermosísima película es buena prueba de ello. Lo mejor de la ambiciosa apuesta cinematográfica (aparte del deslumbrante resultado final: toda la película es el triunfo de varios logros) es la profundidad que logra sobre los dos temas principales tratados: el amor y el paso del tiempo. O los estragos que hace el tiempo en una relación amorosa.
Para ello, el director apuesta por una narración caleidoscópica, algo así parecido a lo que hizo la literatura allá por los comienzos del siglo XX. Todo en esta película es un constante brotar de colores y emociones y su irradiación creativa es tan literaria como pictórica. Ambas de la mano, al unísono. Y como todo en la vida tiene más de un lado, aquí asistimos a la narración no de una historia de amor, sino de dos: cada miembro de la pareja posee sus propios recuerdos de los mismos hechos. Y esa historia común, con dos sitios, los transforma a ambos. Para lo bueno, pero también para lo malo. ¿Quién no se empapa del otro y hasta se transforma cuando se enamora?
Los espacios en los que transcurre la historia son abstractos porque todo lo que sucede en ella podría acontecer en cualquier parte o a cualquiera de nosotros. Las escenas se suceden como si una neblina lo fuera empapando todo y el cómo más que el qué ocurre acaba siendo lo más importante en una película modernísima en su envoltorio, pero con un enorme hálito de cine eterno y clásico.
Está rodada con precisos recursos visuales (con una fotografía preciosa a la cabeza), tiene un reparto perfecto (qué bellezas las de los rostros de los actores protagonistas) y una dirección potentísima. El resultado final es un trabajo cinematográfico de altura que fascina gracias a la catarata de emociones que exhibe y que el espectador experimenta, tan entregado como conmovido y hasta perturbado.
Se acaba de convertir en una de mis películas románticas favoritas. Y he sentido conmociones muy parecidas a las que experimenté cuando, en su momento, fui al cine a ver “¡OLVÍDATE DE MÍ!”, de Michael Gondry, o algunas películas de Terrence Malick.