Otra adaptación más de la novela de Patricia Highsmith titulada “EL TALENTO DE MR. RIPLEY”. Pero cuando la terminas de ver, ya sabes (porque lo has estado sintiendo durante el visionado de los ocho episodios) que no es UNA ADAPTACIÓN MÁS: es una adaptación soberbia, maravillosa, si no la mejor (qué manía con ponerle etiquetas rimbombantes a todo), sí una magnética apuesta televisiva. No necesita ser tachada como “la mejor”, porque es una versión por sí sola insólita en resultados artísticos y tan diferente, que no se parece a ninguna. Si acaso, se podría emparentar con cierto cine de la nouvelle vague y hasta con ese cine negro que el magnético director francés Jean-Pierre Melville nos regaló en varias ocasiones, más en concreto con aquella maravilla que fue "EL SILENCIO DE UN HOMBRE”, cuya desnudez formal llevaba al espectador a contemplar todo el rato una historia que parecía tener el espíritu congelado.
Pues eso es “RIPLEY”: una serie de televisión que tiene una ejecución formal que brilla por todas sus esquinas y donde lo displicente (y casi inmutable) y lo silencioso o lo impasible (sólo en apariencia) de lo que sucede en la pantalla, bien a través de las secuencias rodadas en un hechicero blanco y negro o bien a través de su personaje protagonista interpretado por un actor en estado glorioso, acaban tomando un poderío narrativo cuya principal virtud acaba siendo su psicología retratada en forma de extraño, y no por ello menos embaucador, thriller. Sí, esto es un thriller psicológico y la cámara se emplea como metáfora de una psique (la de ese Ripley cada vez más enigmático e impredecible) perturbada y muy peligrosa y que, por ello mismo, crea curiosidad y una fascinación fisgona en el espectador capaz de entregarse por entero a lo que le ofrece una pantalla repleta de magia.
“RIPLEY” es, desde ya, una apuesta icónica en su primera temporada. Te gustará más o te aburrirá mucho, pero lo que es indudable es que su puesta en escena tiene dentro un “algo” que sólo se puede denominar como emblemático, algo que crea escuela y suma seguidores y que será analizada hasta la saciedad en los años venideros. Y por su propia idiosincrasia, es y será una apuesta seriéfila en la que prima más la ambición artística y por eso, aunque la haya estrenado Netflix, no será tan popular como cualquier serie icónica de la plataforma. Sus adeptos serán aquellos que no sólo busquen distracción y entretenimiento, sino algo así como autoral: un poso artístico más allá de la forma que surge a través de un fondo extraño y abracadabrante y casi siempre más sugerido que explícito.
Por eso es una serie que exige (y no sólo requiere) paciencia. Y esto no significa que lo que uno ve en la pantalla no sea apasionante. Muy al contrario: si eres capaz de centrarte y conectar con su deslumbrante estilo y forma, caerás rendido ante el placer estético que recibes. Porque esto trata de suspense, pero de un suspense intelectualizado hasta extremos en los que hay que sumar, para saborearlo más y mejor, cavilación, indagación y belleza en los planos y secuencias, que añaden significados y capas a una trama oscura, cada vez más siniestra y, también, cada vez más inquietante o turbadora.
No es una serie perfecta, no. Falla en una cosa importante: algunos de los personajes secundarios de importancia no están desarrollados y, por si fuera poco, los actores que los encarnan tampoco dan mucho de sí (a mí me ha sacado de mis casillas Dakota Fanning: su interpretación está gritándonos todo el rato algo así como “qué pinto yo aquí” y siempre su presencia es sinónimo de rigidez e inexpresividad. Es verdad que su personaje aparece desdibujado, apenas esbozado, aunque se entienda lo que representa en el conjunto, pero la actriz es un fallo garrafal del casting y que desvía a los espectadores entregados en mitad de tanta belleza artística).
Aquí priman tres trabajos demoledoramente imperiosos: la dirección, la fotografía y el actor protagonista:
· El trabajo de dirección es magia pura: Steven Zaillian sabe crear atmósferas y subraya las escenas siempre buceando entre la filigrana y la potencia sugestiva. Y logra como resultado final un trabajo que sabe metaforizar, como pocas veces, en eso de mostrar las moralidades enturbiadas. Aquí dentro hay espacios y objetos (escaleras o ascensor, por ejemplo) que son logros escénicos inmensos por la cantidad de reflejos que nos regalan en cuanto a nuestros modos de comportamiento.
· El director de fotografía hace filigranas con la cámara, los encuadres y los planos, que se convierten en un elemento narrativo más e insuflan acción, destilan tiempo, describen espacios y representan a los personajes. Además, los planos detalle engalanan los alrededores de todo lo anterior para alcanzar cotas artísticas de una belleza que es pura magia en ese blanco y negro tan sugestivo y encantador. Hay en la fotografía de esta miniserie un algo así como de soberbia artística y lo digo en sentido positivo: esa soberbia visual nos regala lo que es la esencia del arte: maravillar.
· Andrew Scott se sale como Ripley. Qué actor, que composición nos regala. Insufla tanto miedo y pavor y terror y tinieblas varias con solo mirar, que acabas hasta cogiéndole cariño a un personaje deleznable, oscuro, patético e insobornablemente malo, enfermo de la cabeza y repleto de sombras. Es de esas interpretaciones en las que parece que el actor no se mueve y, sin embargo, hay un torrente de significados en su hieratismo y majestuosidad silenciosa. Sin él, y pese a esa dirección y a esa fotografía, la serie no sería lo que realmente ha llegado a ser en esta primera temporada: un producto ingenioso y hasta extravagante. El actor empapa toda la obra de una diversión en la que la ironía acaba anegándolo todo. A esto yo lo llamo “carisma” y a Andrew Scott ese carisma le sale a borbotones con un personaje que se ha inventado prestándole su físico y su mirada para hacerlo más inmortal si cabe.
En definitiva, “RIPLEY” es la versión más siniestra y perturbadora de todas las que se han hecho hasta ahora. La verdadera esencia del cine se mama en cada episodio y está elaborada con tanto mimo que apabulla hasta decir basta. ¿Cuándo algo tan glacial ha condensado tanto fuego dentro? Es lo que pasa cuando varios talentos llaman a las musas y aquí dentro se perciben varias: Hitchcock, Antonioni, Rossellini, algunos títulos y directores de la nouvelle vague, la mirada de Buster Keaton…
En fin, pasen, véanla y juzguen por sí mismos. Que ya sabemos que en esto de opinar hay gustos para todos.
Comments