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"RUIDO DE FONDO" (EE.UU., 2022), de Noah Baumbach


Adaptar la novela de Don DeLillo es imposible y esta película lo demuestra. Sin embargo, Baumbach ha perpetrado un guion bastante cercano a la novela y ha parido una película notabilísima, que casi roza el sobresaliente. Una película que, por supuesto, no va a gustar a mucha gente y acarreará polémica y discusiones (que intuyo que serán hasta calientes). De hecho, uno entra a Netflix a verla y enseguida se da cuenta de que esto es una apuesta muy valiente de la plataforma televisiva ya que ha producido la película más antinetflix posible.

Es una de esas obras artísticas para las que hay que abrir la mente y salir de nuestra zona de confort para valorarla y tragársela. No es cine normativo ni de palomitas, de hecho se ríe con bastante acierto de un tipo de producto muy concreto: sólo hay que ver las escenas casi apocalípticas de la huida en coche de la nube tóxica (muy spilbergianas, por cierto, aunque se homenajee al rey Midas como parodia, simulacro y hasta caricatura) para darse cuenta de que esto es cine cínico, una mixtura de géneros y tonos que van desde la comedia de terror a la sitcom familiar, pasando por una distopía o por un análisis esotérico y complicado del género humano que se concreta en un retrato feroz (y yo diría que cruel) de la clase media acomodada americana. La inteligencia del director es haberse embebido del espíritu de la novela y realizar una obra a contracorriente que habla, como DeLillo, del miedo a la muerte o de la desconfianza americana y hacerlo como si esto fuera una meditación tragicómica.

Al pensarla (unas horas después de haberla visto), me doy cuenta de que es una película abrumadora y bastante triste, aunque todo aparezca revestido de sátira con puyas a borbotones. Hay aquí dentro una historia (finalmente) hilarante que no busca la gracia (aunque lo parezca) y que habla de cosas muy serias con máxima ambición artística y donde parodia y espectáculo (visualmente es una maravilla) y mentiras que se creen verdades humanas, nos regalan una estupenda radiografía del mundo desquiciado que nos protagoniza hoy. Como resultado final, Baumbach nos proporciona una película compleja, admirablemente embarazosa, pero muy lúcida al mismo tiempo. Y nos sorprende, porque este director hasta ahora ha sido un director discreto y aquí aparece como un Spielberg alterado o pasado de barbitúricos.

Hay un diseño de producción espectacular y un grupo de actores magnífico, en el que resalta un Adam Driver estratosférico en un rol de padre/hombre/marido descompuesto y cargado de miedos inevitables y tan humanos y engalanando escenas que en otro actor hubieran resultado irritantes o, directamente, patéticas.

La película no llega a la maestría porque en su parte final (la última media hora) decae y se pierde un poco bastante en su idiosincrasia anterior, lo que la convierte en una obra desigual y con sensación de desordenada. Pero no hay que olvidarse de que detrás hay siempre un buen guion, una adaptación inquieta de una novela sublime y complicada. Dentro de ella hay escenas excelsas, bellísimas en su horror (la primera pesadilla del protagonista, por ejemplo), espectaculares en su ejecución (el descarrilamiento del tren) o maravillosas en su fascinación por la metáfora (el baile final en el supermercado mientras desfilan los títulos de crédito, que es uno de los finales más alucinantes que yo he visto en una pantalla por lo que tiene de hermosura y por el significado aterrador que hay en su interior sobre cómo el capitalismo nos confina y nos convierte en seres industrializados).

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