Los biopics no suelen funcionar en el cine. Nos traen películas acartonadas, falsas y, siempre, insuficientes o injustas con la persona retratada. No es el caso del biopic que nos regala David Trueba, al que se le nota una admiración y un respecto absoluto sobre la figura de la que ha querido hablarnos en una película notable, emotiva, ecuánime y, oh sorpresa, profundamente triste. Y digo sorpresa porque lo único que yo sabía sobre el humorista Eugenio es que era un tipo peculiar que contaba chistes tronchantes ataviado bajo un disfraz logrado y contundente que, con calculada y tronchante circunspección o mesura y un rictus imperturbable, lograba sacarme la carcajada con cada nuevo chascarrillo que contaba en televisión. Nada sabía sobre su vida íntima, absolutamente nada. Y resulta que la película nos descubre lo que hay detrás de las bambalinas, del éxito supuesto y de las cámaras televisivas: una vida corriente casi siempre triste, cruel en otras ocasiones y persistentemente complicada; una vida de esfuerzos, trompicones y puñaladas o conveniencias y explotaciones y, en definitiva, una vida de renuncias y frustraciones.
Me ha emocionado conocer a esa figura que era, definitivamente, extraña encima del escenario, pero que tenía, quizá por esa extrañeza que destilaba su escueta puesta en escena, una fuerza descomunal a la hora de encontrar el tono de matemática frialdad para soltar el chiste y convertirlo en una jarana divertida sobre la que nunca faltaba una pulla a nuestra condición de seres humanos más bien patéticos. La privacidad desconocida de este personaje público me ha sacudido la conciencia, me ha hecho pensar en muchas cosas mientras la veía y, sobre todo, me ha hecho comprender (otra vez) que nunca es oro todo lo que reluce.
La película está magistralmente interpretada (está de Premio Goya ese David Verdaguer mimetizado, como si fuera un milagro, en el Eugenio que todos recordamos; tampoco se queda atrás Carolina Yuste haciendo de su esposa), el guion juega sus bazas bien y tiene dentro buenas e inteligentes elipsis, el diseño de producción logra un retrato verídico y reconocible de una época concreta de nuestro pasado reciente y la dirección de David Trueba nos regala una película con atmósfera y que tiene su mayor mérito en la sencillez expositiva de unos hechos que van sumando para lograr la radiografía de un tiempo y de unos seres humanos que son reconocibles por todos los que ya hemos llegado a la cincuentena. Sin duda, lo mejor (aparte de los dos intérpretes principales) es su credibilidad y el diseño de una tristeza que va empapando las escenas hasta lograr la emoción sincera del espectador.
CALIFICACIÓN: 7,5
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