Las películas bonitas con profesor protagonista que nos ha regalado el cine han evitado siempre una verdad muy real: las turbiedades que hay en las estructuras del sistema y lo de lidiar con ese ser humano que ha brotado en un hoy donde prima, antes que resolver con justicia un conflicto, la indignación egocéntrica de todos nosotros. Esta película alemana cuenta (gracias a un guion estupendo) una trama, pero también nos regala los detalles alrededor de esa trama: hay miradas, gestos y movimientos de los personajes que dan miedo, producen pavor y representan la verdad más alarmante por lo que tienen de inquietud y de intimidatorio. Un ejemplo: la reunión con los padres. No hace falta escuchar lo que sucede en la escena (que también, por supuesto), sólo con ver los gestos, las muecas y las posiciones de los cuerpos, ya tenemos un estudio profundísimo de algo que parece insondable: dar visibilidad al egoísmo y al analfabetismo funcional con el que nos movemos todos hoy día cuando hay un conflicto de por medio y en el que, al parecer, todos tenemos derecho a convertirnos en jueces aunque no hayamos estado delante de los hechos o desconozcamos todos los datos pertinentes. Y esta inquietante y, por momentos, desasosegante película es una maravillosa muestra de nuestra actual falta de ética.
Como obra artística, la película alemana nos regala también un thriller que atrapa desde la primera escena y que tiene dentro un in crescendo repleto de suspense que va creando en el espectador entregado una angustia desasosegante, hechicera y muy apesadumbrada. Es una película (en apariencia) sencilla en la que, de pronto, estalla algo hondamente anticonvencional en este tipo de cine: y es su sutileza a nivel psíquico y moral. Qué maravilla cómo capta la importancia que llegan a tener las decisiones más banales, qué bien están la actriz protagonista y los niños de la clase o los personajes secundarios y hasta circunstanciales.
Hay algo que me sorprende en esta película y es cómo capta la interacción humana del presente. Nos regala esta obra una observación intensísima sobre nuestros conceptos de justicia y, en este sentido, se convierte en un trabajo cinematográfico que destila retrato y veracidad sobre la sociedad que formamos. Insisto: esta película nos grita todo el rato que la realidad supera a la ficción.
Esto es (buen) cine que nace clásico desde su estreno. Una obra que tendríamos que ver todos con nuestras bocas amordazadas para no soltar egocentrismos mientras la visionamos y así percibirla con la conciencia bien alerta en cómo somos y nos comportamos. A mí me ha dado mucha pena sentirme reflejado (en mi día a día) en esa profesora que contempla todo con una pesadumbre y una rabia impotentes, que es parte de esa claustrofobia cada vez más intensa que percibo en mis ilusiones y en mi vocación docente, borradas a base de hostias diarias.
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