(miniserie, 5 episodios)
Voy a escribir mi reseña intentando conscientemente no mencionar (ni compararla con) la otra apuesta en la que se basa. Me lo vengo repitiendo desde que comencé a verla hace un mes: sería injusto confrontarlas puesto que una sería la clara ganadora y a la otra no se le reconocerían los múltiples valores que tiene.
Es una serie en la que Jessica Chastain y Oscar Isaac se entregan a un duelo interpretativo de los que hacen historia y que uno no va a olvidar nunca. Imanan una fuerza y una química tan bestiales que es imposible no enamorarse de ellos. La pantalla se llena de magia con sus primeros planos, con los matices que aportan sus miradas o pequeños gestos, con la manera que tienen de declamar los diálogos para hacerlos creíbles y naturales. Juntos son una bomba de relojería y nos regalan unas interpretaciones mayúsculas, de las que vomitan luminosidad, chispa, hechizo y un encanto extraordinarios. Sin ellos, esta miniserie habría sido un fracaso rotundo. No me puedo imaginar ya a otros actores haciendo esto.
El guion está cuidado y refleja la vida en pareja en el mundo de hoy. Es un mundo concreto, obviamente, puesto que el marido es un profesor de filosofía y la esposa una alta ejecutiva y, desde ahí, desde esas coordenadas ambientales, la narración busca sus engranajes para sustentar la verdad concreta que quiere contarnos: una pareja de clase media acomodada y en la que la mujer no se siente tan sometida puesto que tiene entidad propia, un trabajo personal que consigue realizarla fuera de la esfera matrimonial y un marido que no se mete donde no le llaman, más allá de la intimidad que ambos han decidido compartir.
El matrimonio “perfecto” (una mentira consciente, porque ¿qué matrimonio lo es?) estalla por una circunstancia íntima que no vamos a contar. A partir de ahí, se produce la hecatombe y el espectador contempla que no era oro todo lo que parecía relucir. El hecho en sí (esa circunstancia) es la descarga que hace que cada miembro del matrimonio se mire donde antes no era capaz de hacerlo y se vea enfrentado a sus propias carencias o frustraciones y cómo eso afecta a su relación y a su vida entera, claro.
La serie nos regala una radiografía cruda y descarnada de lo que somos y en lo que nos hemos convertido (casi todo está rodado y sucede dentro de la casa matrimonial): los egos que gastamos hoy, esa avaricia excesiva que nos lleva a creernos el centro de todas las preocupaciones y atenciones, nos han convertido en seres materialistas y demasiado individualistas. Y aunque buscamos al otro para sentirnos resguardados (y esto no creo que cambie nunca), la individualidad no casa bien dentro de una pareja a menos que el otro esté dispuesto a aceptarnos tal y como somos. Digamos que al amor lo tenemos engañado y cuando lo sentimos, lo "cuidamos" de manera equivocada.
Es encomiable cómo el guion describe los enganches sentimentales porque la pareja protagonista se ama de verdad, pero no sabe cómo quererse en serio. A partir del primer desencuentro, marido y esposa se ven empapados de algo que es inevitable: el hoy nos propicia una mirada hacia fuera en lugar de adentro. Suministramos y atendemos a los demás para sentirnos amados, relevantes y hasta necesitados, es decir, queremos como aman los niños a papá y a mamá: necesitando ser vistos por ellos para confirmar nuestro propio valor. ¿Y qué significa esto? Que nos olvidamos de mirarnos hacia dentro, desestimamos y nos olvidamos de lo propio. Esto es lo que le pasa a Mira, la esposa. Y en un sentido parecido, pero desde la búsqueda obsesiva de sentirnos buenas personas, a Jonathan, el esposo, que se pierde en ser sumiso, en no dar problemas. Al personaje femenino hay que añadirle, además, la educación patriarcal que lleva a muchas mujeres a sentir que son malas madres por no sacrificarse o priorizar la maternidad. Y entonces las preguntas estallan mientras uno ve la serie y mira cómo se mueven y hablan los dos personajes: ¿Cómo amar si no me quiero yo? ¿Cómo voy a entender al otro si me desconozco a mí mismo por completo? ¿Cómo puedo esperar que alguien me cuide si no soy capaz de cuidarme yo?
Pues todo esto es lo que me ha regalado la miniserie: unas interpretaciones fabulosas y cinco horas de espejo incómodo en el que mirarme. Y yo, que soy de los que le gusta que lo vapuleen cuando contempla una obra de arte, he encontrado aquí un producto perfecto para autoflagelarme y, de paso, conocerme un poquito más en esto de las trampas que yo mismo le pongo a mi supervivencia.
Guau!!! Qué pintaza! No me la voy a perder! Gracias!