Basada en la estupenda novela antibelicista de Erich Maria Remarque, vuelve a hacerse otra versión cinematográfica. No voy a compararla con las otras dos que yo he visto. Esta me parece un portentoso artefacto visual de gran alcance. A la manera del brillante Spielberg de "SALVAR AL SOLDADO RYAN", pero dando un paso más allá, esta película alemana reinventa el cine bélico, aporta lo que ya sabemos de una guerra (y pocas veces se nos muestra) y proporciona escenas con contenido que uno no había pensado antes (un ejemplo: la primera secuencia de la ropa reciclada de los soldados muertos). Aquí prima la brutalidad más escabrosa (esa escabrosidad SIEMPRE pertinente, muy verídica y que no busca nunca el efectismo gratuito o la violencia tétrica, arbitraria o infundada. En una guerra, el crimen y la intimidación son los que son, por desgracia: una horrorosa carnicería humana y esta versión no escatima en los detalles de esa escabechina).
La película, como la novela en la que se basa, es una brutal radiografía de la pérdida de la inocencia metaforizada en un grupo de chavales que se alistan para defender a su país. Y esa inocencia robada se muestra con una visceralidad que lacera al espectador cada cinco minutos. La impotencia se palpa, se siente como pocas veces consigue el cine. Y de paso, se nos muestra el reverso, la otra cara de cualquier guerra: su inutilidad, su ineficacia o su incapacidad para lograr algo que no sea la aniquilación del ser humano inocente al que se le engaña por unos principios nacionalistas y/o políticos. Cabrean esas escenas en las que se ve a los altos mandos tomando decisiones en mesas repletas de comida y en espacios con temperaturas agradables y, como contrapartida, se exponen las escenas de los soldados jóvenes embarrados, muertos de hambre y cansancio mientras empuñan sus armas y se dirigen obligados hacia la muerte casi segura que es ese frente en el que lo único que hay es una lluvia tomentosa de balas imposibles de esquivar.
Hay, y entiéndaseme, belleza en múltiples escenas. Sí, en mitad del horror, hay imágenes de una hermosura terrorífica. Escenas en las que parece que se palpa el barro, se huele la metralla y te salpica la sangre. Hay hermosura en esa apabullante captación de la épica bélica, una manera de mostrar la cruzada que es pura esencia del horror, puro y sobresaliente cine. Así, lo absurdo de la verdad se convierte, gracias a la contundencia de las imágenes, en pertinente y purísima captación del desgaste psicológico y de la inutilidad de las batallas.
Y, de esta manera, la pantalla nos regala un inmenso discurso antibelicista de tal contundencia que películas como esta se hacen necesarias, indispensables y de ineludible visionado, de esas que el espectador agradece y no olvida nunca. Y aunque el ser humano no escarmienta y repite y repite sus errores, por lo menos hay voces valerosas que buscan ser escuchadas y dan gritos tajantes en contra de la crueldad y el salvajismo de cualquier contienda.
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