Un matrimonio maduro es el protagonista de esta película. De entrada, no es lo habitual. Y eso ya se agradece, y mucho. Delante de la pantalla me van a contar una historia con protagonistas poco corrientes, aunque la película los describa en sus cotidianidades más banales. Y es una historia de amor, preciosa por cierto. Pero tampoco es convencional esta historia cuyo giro final convierte a toda la película en una inteligente y divertida vuelta de tuerca sobre los meandros del amor. Y en una farsa: porque así es el tono durante todo su metraje: cómicos los amantes (esperpénticos en varias ocasiones, sin que lo parezcan; y, de hecho, se convierten en los personajes más repulsivos, aunque uno los entienda), cómica la pareja matrimonial (que intenta -y quién no- buscar su lugar en el mundo, y si puede ser acompañado, mejor. Y ambos descritos en igualdad de condiciones, que ya era hora), cómicas las situaciones y cómico el tono, que va conducido por una banda sonora que en pocos minutos deja de oírse, como si de un musical se tratase, sin que lo sea en absoluto.
Y dos actores maduros llenando la pantalla, sobre todo una espléndida Debra Winger (qué bien ha envejecido esta señora y qué mal la ha tratado el cine de Hollywood). No es UNA PELÍCULA SUBLIME, es una película simpática y que, cuando la piensas, crece dentro de ti. Y, además, el espectador no se siente ni manipulado, ni engañado. Y, como colofón, se ve casi en un suspiro porque va al grano y no se alarga en vacuos rellenos.
Posdata: yo quiero más películas con protagonistas que superan los 50. El cine palomitero y para adolescentes eternos está muy bien, pero cansa.