(miniserie, 6 episodios)
Empieza mal, se desarrolla como un patatón ruborizante y finaliza siendo una de las más chuscas apuestas televisivas de los últimos años. El resultado: el espectador se lo pasa pipa (yo a veces a carcajadas en mitad de una supuesta escena seria, profunda e importante). Y es que tiene secuencias y decisiones de guion que logran justamente todo lo contrario de lo que se supone que quería alcanzar.
¿Los ricos también lloran? Toma, pues claro: pero lloran en Nueva York, en varias casas y/o apartamentos carísimos y en los colegios de élite. Lloran subiéndose a helicópteros privados/propios para perseguir algo absurdo. Y lloran poniéndose pelucas imposibles o abrigos/bata de casa horribles (snif snif, Nicole) o usando para un dramón (supuesto) la misma cara que habíamos usado toda la vida para las comedias (snif snif, Hugh). Ah, y lloran (toma ya) sin mover un solo músculo facial, que ya es difícil (ay, ay, ay, Nicole).
Ay, ese aroma telefilme (cutre, cutrísimo) que rezuma por todas partes.
Ay, esos estándares que quiere comprender y en los que acaba ahogándose.
Ay, ese guion indescriptible que por no cumplir ni siquiera se atreve con los clichés de cualquier thriller (ay, David E. Kelley, quién te ha visto y quién te ve ahora aquí dentro).
Ay, esos personajes que ni siquiera se definen por ser planos. Qué va. Aquí el personaje plano del lobo de Caperucita tendría una identidad freudiana del copón al lado de los interpretados por las estrellas (Kidman, Grant, Sutherland) o por los secundarios. Ni uno se salva de la ridiculez (hasta la víctima es castigada en la serie por gustarle mucho el ñaca ñaca, jolines).
Bueno, en fin, que quería decirle algo a mi adorada Nicole (y esto es cierto, la adoro en varias películas para mí inmortales y donde ella estaba estratosférica): querida, si necesitas proyectos vanidosos para que tu estrellato no deje de resplandecer, recuerda una cosa: existen terapeutas que te pueden ayudar (pero no contrates a la que interpretas en esta serie. De nada, cariño).