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"TRES COLORES: AZUL", de Krzysztof Kieślowski


(Francia, 1993)


Los modos de la ficción pueden ser infinitos y todos estimables, aunque algunos sean rechazados por no seguir las tendencias o las inclinaciones reconocidas y reconocibles. El cine de Kieslowski que hay en Tres colores: Azul es narración a contracorriente, ficción que reivindica el arte de la creatividad: el paisaje fílmico que dibuja este director con su cámara se presenta a través de una correlación de imágenes que muestran las obcecaciones expresivas del cineasta, sus inquietudes como artista y su sensibilidad como observador del mundo que retrata. Pero que vaya a contracorriente con el trazado de su caligrafía cinematográfica no impide que lo que fluye a través de ella sea cine franco y desprendido: hay en esta hermosísima película una voz sugestiva, tentadora y profundamente humana que se torna mucho más lúcida porque no escatima en mostrar lo cotidiano, la vida corriente. Aunque esa vida normal se vea de pronto atravesada por un revés descomunal que hace tambalear los cimientos más sólidos. Julie, el personaje principal, pierde en un trágico accidente a su marido y a su hija. Ella sobrevive. A partir de esa circunstancia repentinamente adversa y terrible, Kieslowski se implica (con una minuciosidad desgarradora) para describir el nuevo ciclo vital de una persona herida y obligada a entenderse con la sinrazón. La fuga y el camino existenciales que emprende Julie (obligada por el rencor que le nace tras el suceso) son revolucionarios y están sobrecargados de rebeldía: lícitas opciones para una persona que ha perdido lo que más amaba y que necesita desprenderse de todo lo que le recuerda su anterior dicha. La película comienza a mostrar desde aquí sus escondidas maneras: lo que es trágico cuento o torrente de contingencia adversa, deviene también en un cruce de hechos y sentimientos posteriores que serán claves en la nueva y humanizada vida de Julie. De ellos extrae el director polaco el tema clave de la película y de gran parte de su cine: el azar como camino liberador, como influjo y contrapeso en las infructuosas huidas de los personajes. Aquí, en Tres colores: Azul, el azar es un lazo liberalizador con el que Julie asumirá sus vivencias y sus sentimientos y que le permitirá descubrir con brotes de optimismo que se pueden superar los infortunios y reconducir el sentido de su vida.

La película de Kieslowski (primer filme de la famosa trilogía sobre el lema revolucionario francés “Libertad, Igualdad, Fraternidad”) es también fruto inseparable e indivisible de un equipo artístico de primera magnitud. El músico Preisner y el fotógrafo Idziak son coautores de un filme que se engrandece, con ellos y gracias a ellos, hasta cotas sobresalientes de cine puro y vivo. Pero el equipo no estaría completo sin Juliette Binoche, eminente y cautivadora actriz que proporciona más alturas a una cúspide ya bien alta. Su solidez interpretativa, basada en la sutilidad y en la fuerza de unos ojos que son capaces de perforar la pantalla, transmite al filme tal entidad que la película ya no se puede entender sin ella.

Es Tres colores: Azul, en definitiva, ficción que apunta a las incógnitas de la vida y que sugiere e inspira reflexiones sobre las dudas existenciales de unos personajes corrientes, de esos con los que el espectador no puede evitar identificarse porque el juego del director apunta hacia su participación activa. La película quiere percibir el mundo y muestra, en este sentido, los aprietos para conseguir comprenderlo. Kieslowski, que sabe narrar como nadie las situaciones anímicas de sus personajes, vuelve a dar rienda suelta a su inagotable sensibilidad y a sus perpetuas inquietudes expresivas para ofrecernos una turbadora obra de arte, repleta de magnífica y asombrosa poesía.

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