“CAMINO DE LA CRUZ”, (Alemania, 2014), de Dietrich Brüggemann
Portentosa en su implacable planteamiento formal (14 escenas rodadas con plano único sin movimiento de cámara, es decir: tenacidad y rigidez extremas como metáfora de una familia religiosa hasta el exceso), la película quiere (y consigue) contar cómo los preceptos de la Sociedad de San Pío X y su tradicional interpretación del catolicismo no comulgan con el siglo XXI. Y la gran perjudicada es una niña de 14 años (asombrosa actriz la que la interpreta). La película es tan incómoda que cualquier persona laica o religiosa que la vea termina dudando de todo. Bofetón cinéfilo.
“EL CLAN”, (Argentina, 2015), de Pablo Trapero
Cuenta la historia de aquella familia que conmocionó a la Argentina de los 80. Todos hacen una vida normal de puertas para fuera. Pero de puertas para dentro, los miembros de esta familia ideal se dedican al secuestro y al asesinato. Un reparto descomunal, una dirección objetiva y neutral y una historia que eriza la piel, sirven como marco para una película muy entretenida (y muy cercana a ese buen cine-espectáculo que a veces nos brinda Hollywood). Pese a todo, he echado de menos una mayor carga cínica y crítica en el tratamiento de los personajes.
“EL CLUB”, (Chile, 2015), de Pablo Larraín
Una de las películas más ásperas que he visto en mi vida. Te deja en estado de “shock” como aquella “Funny Games”, de Michael Haneke. Sus sucios personajes de inmoralidad indescriptible (curas que viven retirados en una casa de un pueblo para purgar sus pecados) te remueven las tripas. La película (excelente, valiente, claustrofóbica) usa el humor negro (negrísimo) y es tan compleja que te hace sentir mucho peor cuando la piensas, pues una de sus genialidades es que te obliga a imaginar más allá de lo que la pantalla cuenta. Arriesgada y reflexiva, una potente obra magna del cine más reciente.