“LOS EXILIADOS ROMÁNTICOS” (España, 2015), de Jonás Trueba
Decían de Eric Rohmer que en sus películas se podía ver crecer la hierba. Esta frase, que ya es un monumento metafórico (y no esa cosa despectiva con la que nació) sobre una manera de ver y entender el cine, se podría muy bien aplicar al cine de Jonás Trueba. Lleva 5 películas y se puede afirmar que al cine de Rohmer le ha salido un digno heredero. Más que un imitador, un alumno aventajado con cosas que contar y, sobre todo, con un estilo que bebe de fuentes francesas (Truffaut pulula también por los fotogramas de estos exiliados románticos; y Demy, y hasta Rivette).
Tres amigos se montan en la furgoneta-caravana de la madre de uno de ellos (símbolo del viaje iniciático, que aquí se transmuta en enviaje-búsqueda, viaje-despedida, viaje-reencuentro) y se marchan a Francia. Allí se van a ir topando con las mujeres que sueñan, que creen soñar o que les gustaría haber soñado.
70 minutos de película (se ve casi en un suspiro, aquí suspiro que se convierte en nostalgia y en reconocimiento: inevitablemente te ves en esos tres chicos, de alguna manera u otra), realizada con cuatro duros (que se notan, pero para bien: todo en ella parece tan naif como fresco y espontáneo) y que consigue lo que pretende (¿de cuántas películas podemos afirmar esto?): ser un franco e ingenuo retrato generacional en el que los hombres quedamos como lo que somos: un género en franca decadencia. Y las mujeres nos superan en todo, sobre todo en madurez e inteligencia (o sea, en lo que importa tener adquirido cuando crecemos para dar el paso siguiente después de esa juventud que no podemos evitar dejar atrás, aunque nos empeñemos en lo contrario. Crecer es irrevocable).
Y hay, también, otras cosas sencillas que colaboran para el encanto de esta película pequeñita y adorable: canciones que aportan al argumento, diálogos chispeantes (y pedantes y literarios: buenísimos, cómicos, profundos sin que lo parezcan), silencios y… ¡ay, ese París nostálgico en el que todos hemos deseado vivir durante un tiempo! Y dentro, además (por si fuera poco todo lo anterior), hay un canto bellísimo al amor.
Posdata (1): hasta el cartel de la película es de una belleza plástica donde prima la sencillez, el tono a lo David Hockney y la pureza colorista.
Posdata (2): siento que la reseña me haya salido casi tan larga como la corta duración de la película. 😉
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“LA RECONQUISTA” (España, 2016), de Jonás Trueba
Esta es una película que se enorgullece plano a plano de las fuentes de las que bebe. Es toda ella un maravilloso espejo de un cine concreto que homenajea sin pudor y que se convierte, definitivamente, en su punto fuerte. El cine francés, y más en concreto el de Eric Rohmer, es su principal referente y, luego también, hay reminiscencias de las películas de Richard Linklater (sobre todo, de esa maravillosa trilogía de películas románticas e íntimas titulada “ANTES DE…”).
La primera mitad puede parecer reiterativa, lenta incluso (recordemos lo que se decía del cine de Rohmer -desde un punto de vista negativo que a mí nunca me lo pareció-: que en él se puede ver crecer la hierba), pero es una perfecta preparación para lo que viene después: una segunda parte -tan luminosa y profundísima en su aparente levedad- que me ha dejado maravillado (esa parte que recrea con tanta lucidez triste y melancólica el nacimiento y posterior muerte del primer amor).
La película, en conclusión, es una (hermosísima) radiografía de lo que hace el paso del tiempo con nuestros sentimientos amorosos, de lo que representa crecer y de las cosas que la vida nos obliga a abandonar -o que directamente nos roba- a medida que vamos madurando.
Con economía de elementos, con escenas largas donde el diálogo es el único elemento narrativo necesario, rodada con cuatro duros y con unos actores tan naturales como bellos, “LA RECONQUISTA” es de esas películas que uno termina de ver con un nudo en el estómago, tan emocionado como removido y reconfortado.
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"TENÉIS QUE VENIR A VERLA" (España, 2022), de Jonás Trueba
A FAVOR
-Es cine libre. Se aleja con premeditación y alevosía de todo canon o estética imperantes y, desde luego, apuesta por una sencillez rotunda.
-Sabe a qué tipo de público se dirige.
-Homenajea, como el que no quiere la cosa, el cine de Eric Rohmer.
-No se avergüenza de su pedantería gracias a esa libertad de contar lo que quiere contar sin aspavientos o manierismos.
-Es cine experimental y lo muestra sin cortarse un pelo.
-Finalmente, hay dentro un alegato político muy sutil. Y en este sentido, y en contraste con esa fotografía luminosa, es ciertamente una película apesadumbrada y melancólica.
-Su duración: escasos 64 minutos.
-La musica que se escucha y que es una protagonista más.
-La naturalidad de las interpretaciones.
-Esa cosa como de dar un paseo por la tarde con unos amigos a los que hace tiempo que no ves.
EN CONTRA
-Hay que tener ganas de sentarse delante de la pantalla a ver crecer la hierba (los cinéfilos entenderán este guiño).
-Su pedantería puede echar para atrás ya que, además, está mostrada con cierto tono pueril.
-El cine eminentemente hablado y contemplativo no es plato de buen gusto para todo tipo de estómagos.
A QUIÉN SE LA RECOMENDARÍA
-A mí. Y a los que aman el cine como percutor de sensaciones.
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