“HISTORIA DE UNA PASIÓN” (Reino Unido, 2016), de Terence Davies
De una belleza plástica impresionante (la fotografía, el vestuario y los decorados son, sencillamente, sublimes), cada plano de la película es un asombroso cuadro pictórico cuidadísimo hasta en los más insignificantes detalles. La vida de la poetisa americana Emily Dickinson aparece contada con una meticulosidad y una profundidad exquisitas: es una película tranquila, de escenas calmosas, profunda en su aparente sencillez narrativa, de diálogos cuya herida subterránea se convierte en un maridaje bellísimo entre biografía y obra poética.
Terence Davies, uno de los directores más sublimes que tenemos hoy y que se prodiga tan poco (qué lástima), vuelve a regalarnos una película intensísima en todos los sentidos, muy penetrante y de una calidad cinematográfica al alcance de muy pocos. Ver una película suya es siempre hacer un viaje en el que hay que dejarse envolver por la esencia del cine -luces y sombras que aquí se emparejan con la pintura- y en el que hay que estar dispuesto a que se remuevan todas tus emociones.
De las películas de Terence Davies el espectador nunca sale indemne.
Posdata: y, además, la interpretación de Cynthia Nixon es soberbia.
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“LA QUIETUD” (Argentina, 2018), de Pablo Trapero
Un director sin miedo decide arrojarse por un precipicio y el resultado (magnífico) es una película auto consecuente con las exageraciones que plantea: un folletín familiar, digno del culebrón más excesivo que uno pueda imaginar, que acaba siendo una tragedia clásica (de las pasmosas) sobre la familia.
Para que el espectador soporte esta arriesgada apuesta, Trapero necesitaba dos cosas importantes: un elenco capacitado para saltar junto a él sin miedo al ridículo y un estilo narrativo envolvente y acaparador de imágenes extrañas y de una belleza fantasmagórica con la elegancia y la delicadeza como motores de la exuberancia narrativa. Y lo consigue: las tres actrices están soberbias. Logran esas interpretaciones generosas que a veces traspasan el milagro de las pantallas y, juntas, engrandecen todo lo que dentro se está contando. Y la pantalla, con ellas tres representando la rabia, el veneno y los lamentos, se engalana por culpa de una cámara captando (en maravillosas secuencias de una sola toma o de encuadres todopoderosos) la realidad aturdida y enajenada en la que lo sombrío y espectral (ay, esa casa llamada “La Quietud” como metáfora de tantas cosas) se torna en inflexión y huella de un estilo que envuelve lo exagerado en autenticidad y crudeza sobre el ser humano.
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“EL CAIRO CONFIDENCIAL” (Suecia, 2017), de Tarik Saleh
Esta apabullante y modélica película es puro cine negro clásico, ése que no limita ninguna de las características del “noir” (por ritmo y profundidad, más cercano al “neo-noir” francés de directores como Jean-Pierre Melville): corrupción, asesinatos, extorsiones… llevados al límite con concomitancias dramáticas de primer orden.
Pero aquí lo más interesante es cómo Tarik Saleh ha sabido hilvanar en el guion y en las imágenes los símbolos de este tipo de cine con la realidad concreta (ese Egipto que se revolvía los días previos a la Primavera Árabe que tan cercana nos resulta en nuestra memoria del presente más reciente).
La dirección (soberbia: me ha hecho pensar en el Scorsese de los 70), el guion (perfecto en su discurso profundo) y la interpretación del detective ennoblecen una película de género tan original como nostálgica. Y nos recuerda que este tipo de cine sigue vigente y que sabe remodelarse y alcanzar nuevos enfoques efectivos, entretenimiento inteligente y lucidez mágica.
Posdata: es una película que no se corta en mostrar un estado de ánimo contemporáneo no sólo en ese final revelador y contundente, sino durante todo su desarrollo con esa representación, sin cortapisas, que hace del ser humano y del sistema real que nos gobierna.