Tríptico formado por las novelas:
“LA EDAD DEL DESCONSUELO” (1987)
“UN AMOR CUALQUIERA” (1989)
“LA MEJOR VOLUNTAD” (1989)
Qué maravillosa experiencia lectora.
Descubres a una nueva autora y caes rendido libro a libro. Tres novelas magníficas y diferentes con conexiones internas que forman un estupendo tríptico sobre la familia, el matrimonio, los hijos y, sobre todo, que hablan de los sueños, de las utopías, de las representaciones imaginarias que nuestras conciencias individuales no pueden evitar. Son novelas que hablan, en definitiva, de los deseos más que de la realidad y cómo esa realidad se tambalea cuando ponemos conciencia en que nuestro compromiso y sus implicaciones no han servido de nada porque siempre vence el fracaso.
Con un estilo nimio y hasta trivial, que puede resultar (engañosamente) anodino y que construye narraciones en las que parece que no ocurre nada, la autora va desgranando poco a poco en las tres novelas todo eso que habita en los subsuelos familiares y que acaban estallando para modificarlo todo. Es gigante en esta escritora cómo narra el día a día, esas cotidianidades nuestras en las que no sabemos que nos estamos ahogando. Hay un detallismo desbordante, que acaba siendo puntilloso, en las vacilaciones, en los meandros mentales de los protagonistas y se constata con sobriedad narrativa y dolor consciente (esto último también ocurre en el lector inevitablemente) que los seres humanos avanzamos sin encontrar otras opciones, progresamos aceptando sin intentar cambiar nada, la lucha no existe y a eso la autora lo llama “desconsuelo” y esto está detallado y explicado con maestría dentro de las tres historias.
Decía Norman Mailer que “hay una ley de vida, cruel y exacta, que afirma que uno debe crecer o, en caso contrario, pagar más por seguir siendo el mismo”. Y esto se puede aplicar a todos los personajes que se ha inventado en estas tres joyas de novelas cortas (nouvelles) la autora norteamericana, que nos instiga a recapacitar sobre quiénes somos y sobre qué queríamos ser realmente y si nos conocemos los unos a los otros realmente, aunque llevemos conviviendo años con ellos. En todas ellas, Jane Smiley parece querer dar respuesta (sin darla realmente) a estas dos preguntas: ¿por qué madurar significa descubrir la angustia y la consternación? ¿En qué momento somos conscientes de que sobrevivimos justamente en la vida para la que estábamos sentenciados?
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