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“UN PEQUEÑO MUNDO” (Bélgica, 2021), de Laura Wandel



Un pequeño prodigio de película pequeñita que dura lo que casi un suspiro: 72 minutos. Presenta una puesta en escena que se atreve con lo diferente, algo parecido (no en forma, sí en fondo) a lo que hizo Gus Van Sant con la legendaria “ELEPHANT”: una zambullida en lo sensorial a través del enfoque subjetivo de una cámara que bucea en un determinado cine europeo de autor y que busca en la parcialidad una penetración psicológica y hasta estomacal en el espectador, que ve la película entregado y, al mismo tiempo, removido e impactado (la empatía es bestial, porque lo que contempla es la crudeza más descarnada de la realidad que retrata: el acoso infantil y todo lo que tiene de crueldad).

Es un trabajo cinematográfico sutil (duele e impacta más lo que no se muestra) e inteligentísimo, donde la franqueza y la credibilidad dan una vuelta de tuerca a ese cine sobre niños que todos conocemos. Digamos que esta película es como su reverso más amargo. El resultado logra, además, una deliberación sin trampas sobre la maldad infantil y la ceguera apática e indolente de los adultos. Y deja una estampa clara sobre algo concreto: incluso en los “locus amoenus” estallan las miserias humanas.

Es intensa, mucho. Duele. Va directa a lo que pretende radiografiar. No da tregua ni roza nunca la manipulación: muestra lo que sucede cuando acaece algo así.

Y luego está la niña protagonista. Un milagro en la pantalla como esos sucedidos en películas inmortales que todos conocemos (o deberíamos conocer): El espíritu de la colmena, Ponette, Secretos del corazón, Luna de papel… o la recientísima Petite Maman.

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