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“VIDAS PASADAS” (EE.UU., 2023), de Celine Song



¿Qué somos los seres humanos sino tiempo? ¿Qué es el cine sino algo que hemos inventado los seres humanos para atrapar el tiempo? Pues “VIDAS PASADAS” es cine que va del tiempo en nosotros y lo disecciona con la sutileza de las grandes películas que, aparentemente y sólo aparentemente, no lo parecen. Y esta película independiente, pequeñita, que nos regala un guion de una sencillez exquisita y una puesta en escena refulgente, tiene dentro gran cine, cine imperecedero, perdurable. Y se convierte, como por arte de magia, en una de esas historias que se quedan dentro de nosotros de una manera visceral y emocionante, como pocas veces ocurre cuando uno entra a una sala de cine y, de pronto, estalla el encantamiento y las imágenes que nos regala la pantalla nos hechizan, nos embaucan y nos enredan para siempre.

Es una película triste que no lo parece casi todo el rato, y sin embargo lo acaba siendo irremediablemente. Ese final (uno de los mejores y más conmovedores que yo he visto en mucho tiempo) es parte de esa tristeza subyacente en la historia que se nos ha estado contando hasta entonces y que va de unos amigos de la infancia (chico y chica) que están enamorados, pero se separan y el tiempo los reencuentra muchos años después en dos ocasiones, una de ellas por casualidad (el azar y sus zarpazos o la realidad de las redes sociales que facilitan las coincidencias) y otra, porque deciden quedar directamente. Hay un tercer personaje (el marido de ella: qué maravilla de construcción narrativa, cuánto aporta y qué bien diseñado está) y poco más necesita la película para construir un relato sobre tantas cosas y que todas tienen que ver con el amor: los vínculos perdurables, la individualidad y la pareja, el tiempo y su finiquitud, la idealización, el romanticismo, la vida cotidiana…, temas que aparecen sobre la pantalla con cierta cosa como sabida, con teñiduras manoseadas y casi en forma de clichés si se quiere decir así, es cierto; sin embargo, el guion los utiliza de manera beneficiosa para exponer un relato perfectamente urdido y con una arquitectura embanderada en sus destrezas cuando decide armonizar/afinar las agitaciones internas del trío de personajes protagonista. La película se hace aún más hermosa no sólo por lo que cuenta, sino (y sobre todo) por lo que encubre, oculta o disimula. Porque esta obra susurra mucho al espectador entregado. Y el resultado es una historia de amor inolvidable que estalla mucho más enérgica detrás de la pantalla, es decir, en aquello que no se dice.

El tiempo sin lapso, sin cosecha, sin turno, es lo que vemos en la pantalla. Y ésta se llena de una delicadísima melancolía, que es el estado anímico que florece durante el metraje y luego perdura en la psique del espectador, que acaba impregnado (de forma sosegada y también triste) de ese estado que la película explora/explota con tierna y fina elegancia y sobredosis de sutileza.

La quiero ver otra vez dentro de poco. Para captar aún más cosas sabiendo ya de qué va esto y así poder fijarme en esos silencios, en esas agitaciones que están y no se dicen. Como cuando el tiempo atrapa lo inefable que se resiste a ser expresado con el lenguaje.

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