(Reino Unido, 2011)
El cine de Richard Linklater (más concretamente su trilogía iniciada con “ANTES DEL AMANECER”) ha creado escuela y está dejando huellas de calidad variable. En este caso, una huella magnífica, pues “WEEKEND” es cine latente, perfectamente hilvanado que logra con cuatro recursos cotas elevadísimas de verosimilitud y emoción nada prefabricada o enlatada y, por tanto, mentirosa (que es lo que abunda en mucho cine contemporáneo).
¿De qué va esta miniatura gigantesca en sutilezas y logros? Del amor efímero. Del amor cuando nace.
Con un tono casi documental, sólo dos actores (excepto en tres escenas corales) y pocos espacios, la cámara logra el milagro de apoderarse de las furtivas emociones que nos recorren nuestros interiores cuando súbitamente nos enamoramos, esas pulsiones exaltadas e íntimas que nos definen en nuestros sentimientos más elementales y primitivos. Y que llegan de pronto, cuando menos los esperas y tampoco los buscas. O sí, pero no quieres darte cuenta de que los necesitas. En cualquier caso, el amor siempre nos pilla desprevenidos y desarmados.
La película hace un viaje explorador a ese instante inicial y nos lo cuenta de una manera sencilla, tan sencilla que capta las sutilezas con una intimidad desbordante y que emociona. Y tampoco se olvida de mostrar cómo debería ser la normalización del amor gay, pero centrándose, sobre todo (más allá de la orientación sexual que cada uno tiene) en nuestra condición humana, seas quien seas y desees lo que desees.
Hay contención, naturalidad y verosimilitud en la recreación de una inventiva (hablamos de una película) que acaba siendo sutil en la manera en la que se muestra el interior de su relato. Para ello se necesitaba a dos actores dispuestos a conjugarse con lo que la cámara quiere contarnos y ambos están sobresalientes, magníficos sostenedores de las agudezas de los detalles en los gestos y en los diálogos o en la conexión de las escenas. Así, la película transcurre calmosa y dinámica (al mismo tiempo) y nos va preparando para un final irremediable, lógico, franco y, por supuesto, nada condescendiente o estafador. Sin embargo, aparecen los títulos de crédito finales y como espectador quedas con un nudo en la garganta, sí, pero también te sientes muy agradecido: la pantalla te ha regalado con hermosa transparencia un retrato de nuestra existencia, desazonadora en ocasiones, pero siempre arrojando luz sobre lo que somos o podemos lograr.
Y amar nunca debería sentirse como un fracaso.
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