Esta película apuesta por escudriñar la intimidad de un hombre que atraviesa un momento vital en el que no encuentra un anclaje del que sustentarse. Ha caído en un pozo vital, sus sistemas defensivos se han roto y han convertido su estar en el mundo en una perpetua angustia, en un constante deambular sin rumbo que le hace cagarla cada vez que se mueve o abre la boca.
El guion juega todo el rato en el filo del batacazo porque apuesta y se arriesga en cada tramo narrativo que cruza. No es fácil para el espectador soportar a veces el escozor de muchas escenas que son pura metáfora e imagen de un descenso doloroso, pero la película sortea todos los riesgos con frescura e inteligencia y nos saca de nuestras zonas de confort. El guion es como un proceso de consciencia en el atolondramiento arrebatado de un hombre a la deriva. Y una posibilidad, finalmente, de intento de escapada a través del personaje de la hija del protagonista, que es una cuerda (parcialmente rota) a la que poder aferrarse no sin dolor y mucho arresto en eso de poner discernimiento en el camino y la consciencia de la recuperación.
La película no sería la que es sin un milagro. Ese prodigio se llama Leonardo Sbaraglia, un actor que aquí se desnuda en cuerpo y alma (lo del desnudo es literal, un tour de force que no todo intérprete osa llevar a cabo con un personaje difícil y que causa hasta bastante rechazo). El actor argentino realiza una de las mejores interpretaciones de su carrera, se arroja a una peligrosa piscina con una catarata de registros que pasan por la contención (esas escenas donde sólo mira -y cómo mira este hombre-) y justo todo lo contrario, el desenfreno que roza el límite de lo histriónico, pero que el actor borda para nunca caer del otro lado y estropear una película tan intensa y que siempre camina por la orilla del despeñadero.
Comments